Esta es la primera historia que escribí para la web
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Página dedicada al mundo de jugos de rol Midnigth, donde el mundo fue dominado por el mal. Imaginense la tierra media dominada por Sauron o Melcor.
Cronica de un Caído.
Autor: Constantino Constantinidis Poblete
Formato por: Álvaro Pérez Eguizábal
Revisado por: Kano
Capítulo I
Un súbito aliento de vida recorrió su cuerpo sacándolo del
su sopor. Estaba entre unos arbustos empapado en lodo. Confundido, observó a su
alrededor. No reconocía el lugar en el que se encontraba. Intentó levantarse,
pero su cuerpo no respondió bien y cayó al lodo. Se sentía acalambrado. Se
frotó sus ojos, los tenía secos y se dio cuenta de que su visión cada vez era
más pobre. Tomando fuerzas intentó levantarse nuevamente, a duras penas lo
consiguió y se apoyó en un tronco caído ”¿Pantano?”, se preguntó. No recordaba
la razón por la que se encontraba allí y aún desorientado, miró a su alrededor
para buscar alguna pista de como llegó hasta ese lugar. No muy lejos de él,
atravesando unos arbustos secos, logró avistar unos bultos. A paso lento y
torpe, apoyándose en lo que tenía a mano, comenzó a acercarse, a pocos pasos
logró reconocer lo que eran. Cuerpos decapitados.
Por fin recordó la razón por la cual se encontraba en ese
lugar. Intentó caminar un poco más rápido, pero sus pies se enredaron y cayó al
fango nuevamente. Al levantar la vista descubrió frente a él la cabeza de un
hombre con un gesto de terror en el rostro que le había acompañado después de
haber sido decapitado. Al mirar ese rostro una lluvia de recuerdos lo inundó,
”Garther” dijo mordiéndose el labio por el inmenso dolor que sentía. Era
Garther, su hermano de armas, con quien había vivido innumerables combates. Se
puso de rodillas, tomó la cabeza y miró a su alrededor. Tres cuerpos más.
Reconoció a cada uno de ellos, Hera, Mishtrex y Rondall. Todos sus compañeros
de viaje, sus compañeros de la resistencia.
Sintió que el dolor lo inundaba y comenzó a llorar la
perdida de sus amigos. Pasó un buen rato sumido en la pena, hasta que la
reemplazó la ira. Se puso de pie rápidamente y comenzó a recordar lo que
sucedió. Lentamente se fue formando el recuerdo en su memoria. Los cuatro
estaban huyendo de un grupo de orcos. Habían salido con la misión de eliminar
al cacique de esa tribu, ya que estaba adquiriendo demasiado poder y era
peligroso para la resistencia. Lograron eliminarlo, pero sus seguidores
reclamaron venganza y comenzaron a perseguirlos sin descanso
Llevaban ya tres días huyendo casi sin dormir ni comer,
cuando decidieron ir al pantano. De esta manera no podrían rastrearlos. Poco
después de haber entrado en él se encontraron con un grupo de cazadores guiados
por un Inquisidor. Estaban demasiado debilitados por la reciente persecución,
pero aún así decidieron hacerles frente. Siendo el más hábil con la espada, él
fue el que le planto frente al Inquisidor, pero cansado como estaba fue
derribado de un certero golpe entre las costillas que lo lanzó entre los
arbustos. Repentinamente abrió sus ojos ante el recuerdo de la espada cortando
su carne, y buscó el lugar de la herida. Su armadura estaba rota y tenía mucha
sangre seca.
Rápidamente comenzó a sacársela, no le dolía “¿por que?” se
preguntaba. En el fondo temía lo que estaba sucediendo. Al sacarse la armadura
sus miedos se confirmaron. La herida partía diagonalmente desde sus costillas
hasta su estomago, nadie podría sobrevivir a eso. La desesperación lo inundó,
cayó al piso de rodillas, contempló sus manos, blancas, comenzó a temblar y a
respirar agitadamente, cuando se dio cuenta de que no respiraba. Sus pulmones
estaban rígidos. Miró a su alrededor, sentía que el mundo giraba. Tocó su
pecho, su corazón, no sentía sus latidos. Sintió que caía, se apoyo sobre sus
manos, “no puede ser” se dijo mirando al suelo, repitiéndolo una y otra vez.
“Nooooooooooo” grito haciendo que las aves volaran espantadas Se detuvo, la
desesperación lo consumía. “¿Que hacer?” se preguntaba.
Se levantó, comenzó a caminar de un lugar a otro, mientras
su mente se inundaba de preguntas. Se detuvo, puso sus manos sobre su cabeza,
tiró de sus cabellos, “¿Qué soy?”, se preguntó, volvió a gritar, una y otra vez
volviendo a caer de rodillas. Miró los cuerpos de sus compañeros caídos, y
recordó por que los habían decapitado. A los muertos se les decapita para que
las almas no vuelvan al cuerpo convirtiéndose en caídos. Cayó al suelo
desmayado.
Capítulo II
Golpes. Más que golpes eran picoteos. Algo lo estaba
molestando y se encontraba en su espalda. Abrió los ojos, los seguía sintiendo.
De pronto recordó su situación y se levanto rápidamente, llevándose las manos a
las espalda para sacarse lo que se encontrase allí. El pájaro carroñero salió
volando apresuradamente, esquivando las manos que lo intentaban agarrar. Quiso
localizarlo con la vista, pero no pudo verlo. Se dio cuenta de que mas bien no
podía ver nada. Se frotó los ojos, y aún así no los sentía. Se giró a su
alrededor, nada, solo oscuridad. Cerró los ojos, o al menos sintió que lo
hacía.
Intentó guiarse por el sonido, y se dio cuenta de que sus
oídos tampoco funcionaban. Se comenzó a desesperar, mientras giraba su cabeza
de un lugar a otro intentando ver algo, encontrar algún punto de luz, pero nada
le permitía ubicarse. Se levantó y comenzó a caminar “no puede ser, ¿¡que esta
pasando¡?”. En su caminar tropezó con un bulto en el piso y cayó al suelo.
Lentamente se incorporó aunque seguía sin ver nada, así que tanteando el suelo
intento encontrar aquello con lo que había tropezado. Al momento de alcanzarlo
no necesito adivinar, recordó que era. Y en la condición en la que él se
encontraba
“Un Caído, me he convertido en un Caído” una sonrisa de
desilusión recorrió su rostro y se sentó resignado. “¿Cómo pudo haber pasado
esto?”. Recordó el último suceso, el enorme golpe que le dio el Inquisidor que
lo lanzó tras unos arbustos, donde debió haber muerto. Lo demás era fácil de
suponer. Sus compañeros siguieron la lucha, pero no fueron lo suficientemente
fuertes y cayeron uno a uno. Después de eso los decapitaron y dejaron los
cuerpos para los carroñeros. El combate debió de haber durado bastante, y eso
fue lo que seguramente hizo que se olvidaran de decapitarlo a él. “Me deberían
haber decapitado”, se dijo.
Recordó la primera misión que le habían encomendado a él y a
un grupo de novatos, cuando todavía era muy joven. Tenían que cazar a un Caído,
un viejo héroe de la resistencia que cayó bajo las garras de los Cazadores de
Héroes. Cuando los Cazadores acabaron con él no encontraron mejor manera de
humillarlo que convertirlo en un Caído, y todo lo que había sido ese valiente
Dorn que se negó a dejar de luchar contra las fuerzas del maldito Izrador fue
rebajado a una criatura semipodrida ansiosa de carne fresca. Fue especialmente
patético ver como suplicaba por su vida. La decisión estaba tomada y debían
eliminarlo, y aunque su presencia era la de un muerto en pleno proceso de
descomposición este seguía conservando sus habilidades, por lo que les costo
bastante poder enviarlo al sueño eterno.
Eso lo había marcado de por vida, y ahora se había
convertido en uno igual a ese viejo Dorn. Sintió el chillido de un ave e
instintivamente miro hacia arriba. Poco a poco comenzó a sentir los sonidos de
su alrededor, y se comenzaron a dibujar las siluetas de su entorno, siluetas
obscuras de todo lo que le rodeaba. Miró al suelo y vio a sus cuatro viejos
compañeros de la Resistencia, se levantó y se acercó a ellos. Pasó un buen
momento pensando en su situación, “¿De cuanto tiempo dispongo?” preguntó
mirándolos. ¿En cuanto tiempo acabaría volviéndose loco y suplicando por un
poco de carne fresca? No encontró respuesta, se miró las manos, y logro
distinguir su silueta, aunque todo lo que veía era un fondo negro con líneas
marcando su contorno. Ya no veía ni escuchaba, solo sentía lo que le rodeaba.
Paso un buen momento sumido en sus pensamientos, pensando en los pasos a
seguir. Tomo los cuerpos de sus compañeros.
Cuatro morros de arena se encontraban frente a él, mientras
los miraba, recordando los viejos tiempos. Había tomado lo necesario de ellos,
el arco y flechas de Hera, el escudo de Mishtrex, la capa de Rondall y la
hermosa espada de Garther. Necesitaría todo eso ya que su equipo estaba
demasiado dañado. Siguió mirando las tumbas imaginando las caras de sus
compañeros, y cuando levantó la vista aún era de noche. Siempre le había
gustado cazar de noche, pero antes debía probar si aún conservaba sus
habilidades. Miró a un punto lejano, un árbol caído con muchos troncos sobre
él. Luego unos cientos de metros más allá logró ver unas rocas apiñadas.
Comenzó a acercarse rápidamente hacia el grupo de árboles, a mitad de camino
comenzó a correr y, antes de llegar, saltó hacia las sombras que se formaban
debajo de los troncos. Desapareció.
Una gran sonrisa se dibujaba en su rostro, estaba en el
grupo de piedras que había divisado a lo lejos, sus habilidades aún
funcionaban. “Hora de cazar” se dijo metiéndose nuevamente en las sombras que
formaban las piedras.
Capítulo III
No necesitaba mirar, sabía que estaban allí, los sentía.
Fuera había dos personas, dos viajeros quizás, o dos servidores de Izrador.
Solo esperaba que no fueran lo último. Se encontraba escondido en las raíces de
un gran árbol. El rastro de los orcos lo había llevado hasta ese lugar, pero
todavía no les había dado alcance. Por lo menos le llevaban uno o dos días de
ventaja. Era el amanecer del segundo día desde que se había despertado y se
había dado cuenta de su condición, y el primero desde el que el sol ya no era
un aliado para él. Lo cegaba, le producía mareos y sentía que perdía las
fuerzas. Ahora era una criatura nocturna. Por eso se escondió en las raíces,
para esperar que pasara el día, pero el sonido de pasos y las voces cada vez
más cerca lo alertaron.
-¿Sigues estando seguro de lo que quieres hacer?-oyó decir a
uno de los hombres.
-Si, Moroth, estoy bastante seguro.-dijo el segundo- Tenemos
la cabeza del jefe de la resistencia de nuestro pueblo.- continuó, apuntando su
morral- Con esto bastará para que los orcos nos dejen en paz durante unos
cuantos años, o dejarán de pedirnos tributo, no se, cualquier cosa que nos
convenga.
Al oír eso sintió que la furia lo dominaba. ”Traidores”,
pensó. “Malditos traidores”. Si había algo que odiara más que a los servidores
de Izrador, era a los que vendían a la gente que luchaba por sacarlos de la
esclavitud. Muchas veces él mismo tuvo que huir de los pueblos en los cuales se
había asentado, ya que la gente no estaba de acuerdo con la Resistencia. Les
daba problemas, les contentaba vivir en esclavitud. “Malditos”, pensó,
empuñando su espada. El odio comenzaba a dominarlo.
-Esta bien, Estrus.-dijo Moroth después de pensar un momento
en la respuesta que le habían dando- Tienes razón. Después de todo dan buenas
recompensas... bueno, según lo que oído decir. Especialmente si son de la
resistencia, supongo que nos darán un trato justo.-.
“¿Trato justo?”se dijo, “¿Trato justo?, ¿Acaso la esclavitud
es un trato justo?”. Lentamente comenzó a moverse hasta que logro distinguir
las siluetas. Los dos eran casi del mismo tamaño, no muy fuertes por lo que
podía observar. Uno llevaba una espada al cinto y el otro en la espalda.
Logro distinguir en uno de ellos un morral, se imaginó que
allí iba la cabeza del líder que estaban mencionando. Pero le llamó la atención
la forma de hablar de ambos, de caminar, y las armas que llevaban. “Sarcosanos”
se dijo. Sintió que estallaba de rabia. No era suficiente con que fueran meros
traidores, ahora había descubierto que eran de su pueblo, de su gente, gente
descendiente de valerosos guerreros que en los siglos pasados lucharon sin
descanso contra Izrador. Ahora no eran más que meros campesinos sumisos.
Los dos hombres se detuvieron al ver aparecer ante ellos a
alguien con una espada en la mano, y una capucha tapándole la cara, no muy alto
y bastante delgado. Sus ropas eran de tonalidades oscuras y estaban completamente
llenas de sangre y lodo, y en su espalda llevaba un escudo dorado, arco y
flechas.
-¿Quién eres?-grito Estrus-¡contesta¡-gritó al ver que no
recibía respuesta.
-Esto no me huele bien- dijo Moroth con voz dudosa.
-Tranquilo, es solo uno.-le replicó Estrus- ¡Hombre, no
tenemos dinero!
“¡Traidores!” les gritó, pero se dio cuenta de que no emitió
palabras, solo un desagradable grito. ”Maldición” se dijo, “no puedo hablar”,
soltó la espada y se llevó las manos a la garganta, “no, no, no, no…..”, nuevamente
estaba cayendo en la desesperación. Sentía que el mundo giraba.
-¡Es un caído, Estrus!, ¡un maldito caído!-gritaba Moroth,
mientras sacaba rápidamente su espada-¡Corramos, nos va a comer!-.
-¡No podemos!- le dijo Estrus tomándolo del hombro- Si lo
dejamos atacará la aldea. Hay que córtale la cabeza. Yo ya he matado a varias
de estas cosas antes. -sacó su espada- Necesito tu ayuda. Aprovechemos que esta
confundido, vamos.
Con cuidado ambos lo comenzaron a rodear.”No puede ser” se
decía mientras seguía en un estado de desesperación. No se dio cuenta de que lo
habían rodeado hasta el ultimo momento. Instintivamente tomó su espada y la
levantó justo para detener la hoja de Estrus que buscaba su cuello.”No puedo
hablar” se dijo en el momento que miraba a Estrus, que se encontraba
sorprendido,”pero eso es lo de menos. Son traidores, y van a morir”. Con toda
su fuerza impulsó su espada hacia arriba consiguiendo que Estrus diera unos
pasos hacia atrás. Miró al otro lado. Moroth estaba con la espada en la mano,
temblando, sin atreverse a moverse.
-¡Maldita sea Moroth!¡Ayúdame!- le grito Estrus, pero Moroth
no reaccionó.
“Él, primero” se dijo mirando a Estrus. Sacó su escudo y se
puso a caminar en su dirección. Estrus no esperó y descargó el primer golpe buscando
nuevamente el cuello de su rival, pero este lo paró hábilmente con su escudo,
que luego impulsó produciendo que Estrus desviara ambos brazos hacia el lado.
Rápidamente aprovechó la brecha en la defensa de Estrus para cortar limpiamente
su garganta.
Este movimiento le hizo dar un giro dejando a Estrus a su
espalda. No necesitaba mirarlo. Sabía que en ese momento tenia las manos en la
garganta intentando detener inútilmente la hemorragia. No perdería el tiempo
rematándolo. ”Ahora tú” dijo mirando al otro cobarde que no se había atrevido a
atacarlo.
Moroth vio todo el espectáculo aterrorizado. Ese Caído era
demasiado fuerte. En ese momento hizo lo que cualquier persona inteligente
hubiera hecho, soltó la espada y salio corriendo.
“Cobarde” le grito, pero de nuevo no salio nada claro de su
garganta. No lo alcanzaría. Ya le llevaba una gran la ventaja. Soltó el escudo
y la espada y sacó el arco de Hera.
-Tomate tu tiempo, amor.-le decía Hera al oído. Estaba a su
lado, ambos mirando al lince- Tienes toda la ventaja. Antes de soltar la flecha
exhala. Eso te relajará, ¿lo tienes?- sonrió al recibir la respuesta
afirmativa- Entonces, dispara ¿Qué esperas?
La flecha atravesó la cabeza de Moroth de extremo a extremo,
a unos cien metros de distancia. “Buen tiro” se dijo. Se había dado cuenta de
una gran ventaja. Como no tenía pulso, y ya no respiraba, al menos ya no
fallaría tanto.
Se levanto, recogió sus armas y procedió a decapitar a los
traidores. Revisó el morral en el que se encontraba la cabeza del líder de la
resistencia. No lo conocía. Esos Sarcosanos debían venir de alguna aldea
distante. Se dispuso a retirarse, pero sintió un dolor agudo en el estomago y
cayó de rodillas al suelo. Algo lo estaba afectando, no era el sol. Se sentía
un poco mareado. Sintió un olor que le llamo la atención, le pareció raro,
hacía mucho que no lograba oler nada. Comenzó a buscar su fuente hasta que la
encontró. Sangre. Comenzó a sentir el enorme deseo de probarla. “NO” gritó, un
molesto ruido salio de su garganta. “NO”, otra vez, casi no lo resistía, “¿Así
es como comienza?” se preguntó, “¿Acaso me volveré loco?”. No pudo resistir mas
y comenzó a caminar arrodillado hasta los cuerpos. Si hubiera podido llorar lo
hubiera hecho, pero sus lagrimales ya no funcionaban. Tomo el brazo de Estrus,
lo iba a morder. Estuvo a punto de hacerlo, pero volvió a sentir el grito de un
ave, miro hacia arriba, carroñeras. Sonrió, aún no se dejaría vencer, no antes
de vengarse. Sacó el arco y apuntó hacia arriba, “después de todo no saben tan
mal” se dijo.
Capítulo IV
-Los Orcos no son mas que un grupo de criaturas estúpidas-
le decía Garther mientras ambos espiaban una patrulla de ellos -aunque en los
últimos años su capacidad organizativa y combativa ha alcanzado niveles que
jamás hubiéramos llegado a sospechar-.
El recuerdo afloró mientras observaba a la patrulla de orcos
a la que llevaban días siguiendo. Ya llevaban cerca de dos horas sobre esa
colina, analizando el campamento.
“Son tan soberbios” se decía.”Nadie se les enfrenta. Es por
eso que acampan en campo abierto, confiados”. El repudio hacia aquellas
criaturas había crecido en los últimos días. Casi no podía contener el deseo de
abalanzarse sobre el campamento y eliminarlos a todos. Pero siempre es mejor
hacer caso de la experiencia. Primero debía estar seguro de cuantos eran, y
localizar al jefe de la patrulla. Si lograba acabar con él, los orcos perderían
mucha ventaja.
Varios orcos se acercaron a la carpa principal del
campamento y se arrodillaron delante de ella. Era la más grande de todas,
forrada en cuero bien trabajado y maderos de calidad. Al parecer dentro de ella
había una fogata, que se adivinaba por el humo que salía de un agujero situado
en el techo. Después de esperar un breve momento, salió un orco bastante
grande, vestido con una armadura pesada y una gran espada al cinto, con el
cabello adornado con trenzas y el rostro surcado de cicatrices de antiguos
combates.
“Por fin apareciste, maldito” se dijo. La confianza comenzó
a aflorarle. Ya antes había vencido a otros orcos que se veían
considerablemente mas fuertes, así que con este no tendría problemas. Sonrió.
Bajó la colina por el lado contrario del campamento y se
refugió en unos arbustos. Debía planear bien el ataque. Miro al cielo “Dos
horas aproximadamente” pero faltaba poco para el amanecer, así que no esperaría
tanto. Eran los mismos orcos que lo habían obligado a él y a sus compañeros a
entrar en ese maldito pantano. Sus amigos reclamaban venganza, no los haría
esperar más.
Después de unos minutos subió nuevamente la colina. “Son
veinte y tengo nueve flechas, bien por mi” se dijo sonriendo, “al menos les
daré ventaja”.
-Siempre que ataques a un enemigo superior en numero, hazlo
a distancia.- le decía Mishtrex mientras asaban unas ratas de campo en la
fogata -De esa manera caerán unos cuantos antes de que lleguen hasta ti, y la
moral de los demás estará muy baja por la perdida de sus compañeros. Cuando
estén a pasos tuyos, le llega el turno a las espadas-.
La primera flecha dio justo en la espalda del desafortunado
orco. Al instante la alarma sonó por todo el campamento, y todos los orcos
fueron a por sus armas adoptando sus posiciones de defensa, intentando
localizar al atacante. Otra flecha fue a dar directamente a la cabeza de otro
orco desprevenido. Esta vez salió desde otra dirección. El jefe de la patrulla
comenzó a dar órdenes rápidamente. Unos cinco orcos salieron hacia las colinas
a buscar a los atacantes, mientras el resto protegería el campamento.
Una nueva flecha surcó el aire para dar directamente en el
antebrazo del jefe. Este se dobló por el dolor, y miró a su alrededor
intentando localizar a su atacante pero no logró verlo. Lanzando un grito
extrajo la flecha. Al ver esto los demás orcos se volvieron a sentir seguros,
su líder era muy fuerte.
“Genial, es más duro que un palo”, analizó la situación. No
gastaría más flechas en él.
Cuatro flechas atravesaron el vacío, dando precisamente en
sus blancos, y si los orcos no murieron, al menos quedaron gravemente heridos.
“Dos flechas, hora de mostrarse”. Se puso intencionadamente
a plena vista. Los orcos lo divisaron al instante, pero el jefe mandó solamente
a cuatro, y el resto se quedaron para proteger al campamento y a su líder.
“¿Por qué se quedan?. No importa, llevo la ventaja” pensó
confiado mientras disparaba sus dos ultimas flechas. Luego, corrió colina
abajo. Los dos orcos restantes lo siguieron, pero al llegar colina arriba no
lograron divisar nada. Comenzaron a avanzar colina abajo a paso lento y seguro,
y lo único que divisaban era la oscuridad de la noche.
De la sombra que proyectaba uno de ellos salio su enemigo.
El orco solo sintió como se habría su garganta.
Un fuerte ruido a sus espaldas lo alerto, y rápidamente giro
sobre si mismo tomando una postura defensiva. Logró ver a su compañero en el
suelo, muerto, derramando sangre por la garganta, y a su atacante con la espada
tinta en sangre frente a él.
Al mirar la cabeza del orco que acababa de decapitar, se dio
cuenta de que este aún conservaba el gesto de terror.”Garther”, el recuerdo del
rostro de su compañero reemplazo al del orco, y presiono fuertemente la espada.
Comenzó a sentir un elevado número de pisadas que se
dirigían al sector en el que él se encontraba. Eran los orcos que habían del
campamento. Tomó la daga de uno de los orcos recién caídos y comenzó a analizar
el terreno para su emboscada, observando las sombras.
Los orcos se detuvieron al ver los cuerpos de sus compañeros
caídos. Rápidamente se pusieron en marcha, preocupados por el campamento. Pero
de las sombras salió su atacante, saltando desde la oscuridad. Con el primer
golpe cercenó las piernas de su primer enemigo y rápidamente sin perder el
tiempo lo remató en cuanto este tocó el suelo. Al salir de la sorpresa, los
demás se dispusieron a atacarlo, pero se volvió a desvanecer en una sombra.
Sintieron un grito a sus espaldas, y al girar vieron a uno de sus compañeros
atravesado por la espada de su enemigo. Y antes de que pudieran reaccionar, le
clavó una daga que le había quitado a uno de sus anteriores rivales entre los
ojos a uno de los orcos que tenía frente a si.
Retiró la espada del orco y sacó el escudo. Con un gesto
invitó a sus enemigos restantes a que lo atacasen. Estos no perdieron el tiempo
y se abalanzaron con sus espadas en alto. Ambas espadas buscaban el mismo
punto, su cabeza. Pero las paró hábilmente con su escudo. La fuerza de sus
rivales le hizo flexionar las piernas consiguiendo que casi se arrodillara.
Estaba perdiendo la ventaja, los orcos seguían ejerciendo fuerza sobre él, y
querían arrojarlo al suelo, donde era más vulnerable. Sintió que le empezaban a
fallar las fuerzas. ”No, nunca”. Tomó fuerzas nuevamente, y aprovechó el
impulso que le proporcionaron sus rodillas para levantar el escudo lo
suficientemente alto como para que los orcos levantaran los brazos produciendo
una brecha en su defensa.
-Aprovecha la fuerza en contra de tu oponente, busca el
punto- le enseñaba Mishtrex con el escudo en la mano. -Siempre tendrás la
oportunidad de abrir su defensa, tu eres el que debe saber aprovechar eso-.
Uno murió con su garganta cercenada y el otro con el corazón
atravesado.
El jefe orco comenzó a preocuparse, sus hombres aún no
volvían. Si habían sido capaces de eliminar a quince de sus soldados era, o por
que su enemigo les supera en número o porque es extremadamente fuerte. Pero
tenían a su líder con ellos, no podían perder, no estando acompañados por ella.
Capítulo V
La desesperación iba dominando poco a poco el campamento
orco. Su líder se esforzaba para que sus soldados mantuvieran la formación
defensiva, aún cuando solo quedaban cinco y él. Su misión era proteger la carpa
principal, la carpa donde estaba ella. Una de las elegidas de su gran señor,
una de las elegidas de Izrador. El humo que salía de la fogata hacía apenas
visible el interior de la carpa, pero se oía claramente el cántico. En el
interior de la carpa comenzaron a realizar rituales apenas comenzó el ataque
con el objetivo de averiguar la naturaleza del o de los atacantes. Por eso los
orcos y su líder debían defenderla.
Había dejado los cuerpos tras él. Se preocupó por
decapitarlos a todos. No necesitaban mas Caídos, no le deseaba eso ni a su
enemigo.
A paso seguro volvió a subir la colina hasta llegar a la
cima. Vio claramente la formación que mantenían los orcos. “¿Qué protegen?”, se
preguntó, pero no importaba mucho. Ya estaba decidido. Los eliminaría a todos,
incluyendo lo que se encontraba en el interior de la carpa, fuese lo que fuese.
Comenzó a caminar colina abajo, en dirección al campamento.
-¡Señor, allí viene¡- grito un orco llamando la atención de
su líder.
El imponente orco se acercó a quien lo había llamado, y miró
hacia la colina frente al campamento. Vio como caminaba lentamente su atacante.
No se le veía muy imponente. Era bajo y solo llevaba un escudo y una espada, y
al parecer iba sin armadura. “¿Solo uno?” pensó el líder orco. Si así era, este
luchador superaba la media. Había sido capaz de acabar con quince de los suyos,
así que algo debía de tener. Algo que lo hacia especial.
-¡Caído, es un Caído¡- se escuchó una penetrante voz
proveniente de la carpa -no lo mates, nos servirá-.
-Pero es peligroso.- dijo el jefe orco -Nos puede matar a
todos. Es mejor no arriesgarse-.
-¡No lo mates, te he dicho¡- le reprochó la voz -Si no,
tendrás que arreglártelas con el Inquisidor que llegará mañana.
Con un movimiento de cabeza el orco aceptó la orden. No le
agradaba la idea de que el Inquisidor los visitara nuevamente. Desde el último
combate se había dejado claro cual era su posición con respecto a él, y no le
gustaba. Rápidamente el y sus cinco guerreros comenzaron a avanzar hacia su
adversario.
Ya no existía plan alguno. Se encontraba a escasos pasos de
sus rivales, de los orcos, y ahora todo se trataba de quien pegaba primero.
Obviamente debía cuidarse del jefe, era enorme. Y su espada era casi de su
tamaño. Miro al cielo,” ¿Una hora?, quizás menos”, se dijo. Restaba poco para
el amanecer y en el cielo ya comenzaban a perfilarse los primeros rayos del
sol. Aun quedaban sombras, aun tenía ventaja.
Los orcos aumentaron el trote a medida de que se acercaban a
su rival. Él también comenzó a acelerar el paso. Ambos bandos pasaron pronto a
moverse a plena carrera, dispuestos al choque. Comenzaron los gritos antes de
la embestida. Los orcos con la espada en alto, confiados. Su líder los
acompañaba. Y el Caído dando un molesto grito.
Justo a un par de pasos antes de la embestida, el Caído
propinó un enorme salto sobre la cabeza de los orcos, y en el momento en que
iba cayendo golpeó diestramente con su espada en la cabeza del último orco del
grupo, partiéndosela en dos. Y desapareció en la sombra que el desafortunado
orco proyectaba. Rápidamente los orcos restantes se replegaron en círculo,
cuidándose las espaldas unos con otros. Comenzó a pasar el tiempo, la tensión
los dominaba, el Caído no aparecía, y hasta el líder estaba comenzando a
ponerse tenso.
-¡Aparece maldito!- Gritó un orco que no aguantaba más la
espera.
De las sombras apareció su muerte. Rápido como un relámpago
saltó desde su escondite entre unas piedras, y lanzó una daga que fue a dar
directamente a la garganta de orco que había gritado. Este cayó al suelo
llevándose las manos a la garganta.
El Caído sacó su espada y esperó la arremetida de los
restantes rivales. Estos no esperaron y lo atacaron rápidamente, rodeándole
antes de comenzar a descargar sus golpes, para hacerlo un blanco más fácil. Dos
orcos se atrevieron a atacar primero. Paró fácilmente el primer golpe con su
escudo, mientras planeaba partirle la cabeza con la espada. Pero tuvo que
detener el segundo golpe con ella, así que recurrió a su cuerpo, y con una patada
en el estomago alejo a su primer atacante. Luego, con su escudo, le propinó un
certero golpe en la cabeza a su segundo rival. Antes de poder contraatacar tuvo
que esquivar un tercer ataque, y aunque podía haberlo partido en dos ya que el
ultimo golpe había abierto totalmente la defensa del orco, sintió unos pasos
pesados a su espalda. Giro rápidamente, levantando su escudo justo en el
momento en que recibía un poderoso ataque del jefe de los orcos.
El impacto lo lanzó unos cuantos pies, haciéndolo caer justo
en el centro de una sombra, donde desapareció. Rápidamente apareció tras uno de
los orcos, y la armadura de este no fue suficiente para frenar la espada que le
partió la espina. Corrió hacia otro orco, este descargó un golpe sobre el
escudo de su rival, y aunque no fue muy fuerte, el orco comenzó a sentir como
le levantaba sus brazos con el escudo. Su última reacción fue llevarse las
manos al estomago para impedir que las tripas salieran por allí. Giró justo
para frenar una ráfaga de golpes provenientes del último orco, hábil y rápido.
Cada golpe que le lanzaba buscaba un punto vital, y en el momento en que logró
detener un mandoble que buscaba su costado, aprovechó para propinarle un golpe
en la nariz con la empuñadura de la espada. El orco cayó aturdido al suelo. No
perdió el tiempo y lo remato rápidamente.
Solo quedaba uno. El líder. Este se encontraba un poco mas
apartado, observando todo el combate. El Caído se incorporó y comenzó a caminar
hacia él. El jefe orco tomo su espada a dos manos y se acercó a su rival.
Faltaba poco para el amanecer, y ambos eran concientes de ello. Ambos eran
débiles ante el sol, por lo que la pelea debía durar poco.
Capítulo VI
El jefe orco corrió hacia su adversario, del que solo lo
separaban unos pasos. El Caído se puso en guardia con su escudo, esperando el
ataque de su rival. Este no se hizo esperar. El orco levantó la espada por
sobre su cabeza y descargó un violento golpe que esperaba partir en dos a su
rival, pero el caído lo esquivó fácilmente lanzándose a un costado de su
oponente. Con los pies se dio un tremendo impulso y saltó espada al frente en
dirección a las costillas del orco. Este detuvo el mortal golpe con un revés de
su espada, y con su codo propinó un enorme golpe directo en la cara del Caído.
Dio unos cuantos pasos atrás producto del golpe. Cayó
arrodillado, casi aturdido, “No puede ser” se dijo. El golpe le dolió, no lo
esperaba. Pensaba que no podía sentir dolor, pero se dio cuenta de que no había
sido herido desde que se había levantado como Caído. Solo por instinto levantó
su escudo para detener la arremetida del orco, y el golpe fue tan violento que
le hizo caer de rodillas. Aún tenia el escudo sobre su cabeza, y el orco lo
estaba reduciendo al piso. Era más fuerte que él. Supo que no podría quebrar su
defensa, y la desesperación comenzó a dominarlo. Era extremadamente fuerte. No
podría ganarle por la fuerza.
Una fuerte patada lo hizo salir de su ensimismamiento y lo
lanzó a unos metros de su atacante. Con dificultad se puso en pie. El orco no
se había movido, y lo miraba fijamente. “Hasta el fin” se dijo al tiempo en que
corría contra su enorme adversario. Antes de llegar a su altura saltó a un lado
y desapareció en una sombra. El jefe orco se detuvo rápidamente. Esperaba un
golpe por la espalda, así que viro rápidamente, pero su adversario salio de un
costado.
El caído lo golpeo por sorpresa en las costillas, pero el
golpe fue absorbido por la gruesa armadura del orco. El orco agarró del cuello
a su adversario y lo levantó unos centímetros del suelo, tanto como para verlo
a la cara. El Caído intento usar su espada para cercenarle el brazo, pero fue
inútil, y el enorme dolor que sentía en su garganta le hizo soltar todo lo que
llevaba en las manos para llevárselas inútilmente al cuello y sacarse las
enormes garras del orco. Este tomó su espada y atravesó completamente al caído,
y luego lo soltó. El Caído cayó al piso llevándose las manos al estomago. Cualquiera
hubiera muerto casi de inmediato con esa herida, pero él era un caído, un
no-muerto. Aun así el dolor seguía siendo enorme. Vio como sus entrañas
descompuestas comenzaban salir de su estómago, e inútilmente intentaba
agarrarlas con sus manos. El orco miró nuevamente a la carpa. Había recibido
órdenes directas de no eliminar a ese caído, pero seguía con dudas. Había algo
en él. Algo que no le inspiraba confianza. No se arriesgaría, ya había perdido
muchos hombres por culpa de ese Caído, así que mejor lo eliminaría de
inmediato. Levanto su espada sobre su cabeza dispuesto a decapitarlo.
“Ya estoy muerto” se decía. “Esto es mi imaginación, no
puedo sentir dolor, es imposible” tomó su espada. “¡Imposible¡”. Se levanto
rápidamente justo en el momento en que el orco descargaba su mandoble. El golpe
logró alcanzar su clavícula y lo partió hasta la altura de su pecho. Ambos
permanecieron mirándose. La sangre salía por la boca del orco. El caído le
había logrado enterrar su espada en el estomago. Cegado por el dolor, el orco
sacó su espada lanzando a su enemigo a unos metros de distancia. Dio unos
cuantos golpes al aire, para luego apoyarse en su espada y caer de rodillas.
Miró a su oponente un momento, luego cayó al piso sin vida.
Paso un momento tirado en el suelo. Sabía que el jefe orco
estaba muerto, nadie podía sobrevivir con ese tipo de heridas. Estaba mirando
al cielo, nublado, siempre había estado así. Desde que tenia conciencia, no era
mas que un reflejo de su ser. Todo gris, sin ningún momento de felicidad. Una
vida de guerras, de matanzas. Se incorporó lentamente y miró a su alrededor. Se
sentía mareado, y el sol ya había salido casi en su totalidad. Seguramente se
debía a eso. Logró ver a unos metros el cadáver del orco. Se incorporó
lentamente. Su cuerpo no estaba respondiendo bien y le dolía todo. Se acercó al
orco. Si, definitivamente estaba muerto. Miró más adelante. El sol lo cegaba,
pero lograba ver no muy lejos la carpa principal, aquella que estaban
protegiendo los orcos. Comenzó a caminar hacia ella. No divisaba su escudo,
pero no le importaba. Le faltaba poco para cumplir su venganza, así que no
esperaría más.
Con su espada corrió las cortinas que cubrían la entrada. Se
encontraba iluminada por una fogata, y en sus paredes colgaban huesos de
diversos tipos. Entró confiado, había algo allí. Lo sentía. Comenzó a mirar de
detenidamente hasta donde le permitía la tenue luz. De las sombras salió una
figura, cuchillo en mano, lanzando un grito. Detuvo a duras penas el golpe
aferrando las manos de su atacante, y luego lo lanzó al lado de la fogata. Este
se medio incorporó dificultosamente, y permaneció semiarrodillado en el suelo.
Era una orca, vestida casi entera de negro y con diversas runas en su túnica.
Se veía vieja. Quizás demasiado.
-¿Quién eres, Caído?-dijo la orca con una voz penetrante
-¿Por que atacas nuestro campamento?-.
-Vennrd…gaaa…nza- contestó dificultosamente con una
desagradable voz -Vr.vre..ga….za.- ya no lo pudo repetir.
La orco comenzó a retroceder arrastrándose. Estaba vieja, y
no podría realizar sus conjuros a tiempo para salvar su vida. Solo hizo una
cosa mientras veía como el caído levantaba su espada en contra de ella. Se puso
a rezar a su dios, Izrador.
-Felicidades Darren- le decía Garther mientras le daba unas
palmadas en el hombro. -Ya pasaste todas las pruebas, ahora eres uno de
nosotros.-.
-Si, chiquillo. Tu pericia con la espada es casi
inigualable.- le comentó Mishtrex mientras calentaba sus manos en la fogata. -Y
más aun lo va a ser cuando comencemos a entrenarte.- le dijo mientras le
guiñaba un ojo.
-Aparte eres bastante guapo.- le dijo Hera al oído. -Eso
vale mucho, al menos para mí.-.
-No olvideis lo principal.- les dijo Rondall. -Su habilidad
para manipular las sombras es única. Nos proporcionará una gran ventaja a la
resistencia.- Miró a Darren -Bienvenido chico. Aquí todos somos hermanos en la
lucha. Solo somos hormigas, pero las hormigas se apoyan mutuamente y forman
imperios. Nunca olvides el objetivo de la resistencia: liberarnos del maldito
Izrador. Habrá mucha gente que no estará de acuerdo contigo, pero no importa,
lo importante es lo que tu piensas, ¿de acuerdo?. Muchos se quedaron solos
luchando contra el enemigo hasta que encontraron su muerte, ¿no crees que es
una majestuosa manera de morir?.
Ya atrás estaba el campamento orco. Habían pasado apenas un
par de horas, pero ya daba lo mismo. Su cuerpo estaba descomponiéndose más y
más, y sobre su cabeza volaban una veintena de carroñeros, claro aviso de que
no duraría mucho. Estaba desorientado. No sabía a donde se dirigía. Se resigno
y cayó al suelo inconsciente.
Pisadas, cientos de ellas. Difícilmente se incorporó y logró
sentir de donde venían. Tras una colina a su lado. Se dirigió lentamente hacia
ella, escondido en las sombras. Orcos, cientos de ellos, caminando en formación
de batalla. Era difícil ver ese espectáculo en esos tiempos. Un ejercito de
orcos que de seguro invadirían un pueblo, o lanzarían una incursión contra los
elfos, e intentarían entrar en el Bosque Susurrante una vez mas. Pensó en
correr y avisar a la gente que se encontraba más adelante de ese ejercito, pero
seria inútil. Intentarían matarlo, era un Caído, una criatura peligrosa.
Además, seguramente caería a mitad de camino. Su cuerpo ya no alcanzaba a mas.
Estaba muriendo a falta de una definición mejor. Solo quedaba una opción. Se
incorporó y miró un detenidamente al ejército, Luego desenfundó su espada y la
observó. Comenzó a pensar en sus compañeros caídos. “Muchos has quedado solos,
luchando contra el enemigo hasta que encuentran su muerte”. El recuerdo afloró
en su mente. “Hazlo heroico” se dijo al tiempo que bajaba corriendo en
dirección al ejercito.